Con cierto retraso retomo mis blocs.
El curro, las prácticas universitarias y los avatares personales me han chupado tanto tiempo
que voy a estar escribiendo posts atrasados durante varias semanas.
Por orden de antigüedad, lo primero a refrescar son mi vivencias en el noveno Madstage en la Vall de Boï.
A pesar que la mejor manera de comprobar su éxito es echar un vistazo a las fotografías, personalmente quiero plasmar mi visión personal del evento:
Una servidora, junto a Camaleón y Ninnana, fuimos los más tardones. Otra
vez condicionados por razones laborales, tuvimos que postergar al sábado
nuestra salida.
Priorizando las horas de sueño, optamos por subir a horas domingueras y
tomar un kit-kat escalador en el camino.
El break no fue demasiado lejano ya que, finalmente, acabamos en
Montserrat.
A eso de las 12 estábamos por Can Jorba olfateando las vías cual sabuesos.
Y como perros nos comportamos. Poco esfuerzo y mucha diversión. Si no
recuerdo mal, sólo rematamos un par de vías. Personalmente me encaré con dos,
la primera con bastante diligencia y la segunda con demasiada poca dignidad y
excesivo cachondeo ajeno. Espero no experimentar nunca el desagradable
encontronazo de ver mis fotografías barriga al aire pululando por la red...
Tras semejante espectáculo exhibicionista, decididos emigrar a otros lares
más frescos y, teóricamente, nevados.
Sin prisas, ritmo característico en nuestra filosofía Zen y con el estómago
tan lleno como el coche, acudimos como gitanos (es loable lo espacioso que
puede llegar a ser un Corsa) a la Vall.
Y aún alucino al pensar cómo pudimos llegar a tiempo. Entre la velocidad de
tortuga reumática (sí, sí, Cami.... por mucho que lo niegues, pude ver por la
ventanilla cómo un tío haciendo footing nos adelantaba por la cuneta), el peso
extra y las paraditas intermedias en búsqueda de comida, no se que truco de
Houdini debió hacer el destino para que entrásemos puntuales.
Y fue llegar y besar el santo! Lo justo para desperdigar el equipaje por el
albergue, decidir que sistema de desconstrucción inmobiliaria utilizaríamos
embutir los tres colchones en la habitación (“castigo” por ser los últimos;
consecuencia perniciosa de nuestra pereza), visitar al señor Roca y reconocer
vagamente el sistema y los seres que en él habitaban.
Y luego directitos al hostal. A cenar como los ingleses. Poco importaba el
hambre. En un acto social, la comida sólo es el vehículo; el resto lo fragua el
vinacho y la buena gente. Y en nuestra mesa de asténicos el vino no faltaba
precisamente...
Con el pelotón justo y toda la sangre concentrada en el estómago,
necesitábamos algo de ejercicio para facilitar la tarea digestiva.
Puesto que nadie estaba dispuesto a preparar una sesión de Aeróbic – Step,
la mayoría quedamos encantados cuando se nos propuso participar en el juego de
pistas por Erill la Vall.
La idea de los grupos aleatorios facilitó las relaciones sociales y a mi,
personalmente, me permitió librarme del Cami un par de horillas (jejeje... saps
que és broma!).
El jueguecillo tenia de todo: Excursión por el pueblo, contacto con seres
del más allá, estudios arqueológicos, análisis de pinturas rupestres, pruebas
físicas y preparatorias para la mili...
A medida que pasaba el tiempo íbamos rellenando las casillitas de las
pruebas. Y para mi sorpresa se ve que las completamos bien! La recompenso llegó
en forma de licra roja y negra: unas mallitas muy chulas para lucir escalando
en mi primer Rocostage.
Para redondear la noche y rellenar los michelines, galletitas de todos
los colores, formas y sabores y algo de pacharán para fomentar su digestión. Y a dormir! Cual gusano de seda en su capullo, todo el mundo mutaba entre
el saco su capa juerguista, gestando una mucho más deportista y saludable a
modo de preparación dominical.
Y el domingo llegó. Y con él, una mañana soleada y fresca perfecta para
travesear con las rocas.
Tras despedirnos de todos aquellos madtemeros que no se decantaron por la
escalada, emigramos hacia Cavallers para sacar partido al granito de la zona
(y, de paso, estudiar algo de física gravitatoria tirando piedrecillas (y
tochos) a la presa helada).
Puesto que mi memoria (mala de por sí y empeorada por el paso del tiempo)
no me permite retener datos concretos de la experiencia (nombre de las vías,
cantidad de trepadas, organización interna...) simplemente decir que me lo pasé
en grande con la gente (un gustazo conocido y por conocer) exprimiendo la sabia
de las montañas de la zona.
Lo peor de todo, la despedida. Dos días pasan muy deprisa, sobretodo si los
estás disfrutando.
Resulta muy complicado hacer un balance general de la experiencia; es duro
prensar tantos momentos buenos y tantos aprendizajes nuevos y satisfactorios.
Simplemente agradecer a los organizadores la currada general y el espíritu
montañero y familiar que ha llevado a moldear semejante quedada año tras año.
Prometo repetir!
PD: Una aventurilla paralela y distante al Madstage fue el rescate de mi documentación y cartera olvidada en la repisa del muro de Lleida.